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Irma Pineda

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Poetas e historiadoras - Poets and historians

 

LOS HIJOS DEL MAIZ

 

 

 Por Irma Pineda,  poeta binnizá

 

 

 

 Inés, la abuela de mi madre,  quien alcanzó a conocer a los hijos de sus tataranietas, presumía que su larga vida y  buena salud se debía fundamentalmente a una cosa: Maíz.  La Nana o Amá bida, como solíamos llamarla, cada tarde nos contaba una pequeña historia sobre  el mundo, claro que después de barrer el patio, regar las plantas, depositar granos de maíz para los pollos  e ir por  suero  de queso y mezclarlo con la masa de maíz para alimentar a los puercos que ella engordaba y vendía luego.

 

Todas esas actividades eran para nosotros una gran diversión, porque las hacíamos de manera colectiva, éramos tantos los nietos y bisnietos que como una pequeña plaga de langostas arrasábamos con cualquier encomienda y de paso con la escasa pero  deliciosa comida que Inés pudiera tener en casa, casi siempre a base de maíz: guetasuquii (tortillas de comixcal), guentabiguii  (totopos), guetabi’ngui’ (tortas de masa cocida con camarón), guetaguu (tamales), guetabaadxi’ (tamales dulces), guetazee (tamales horneados),  guiiñado’  bendabuá (amarillo con camarón), gucheguiiña (guiso con masa de maíz y carne de res), zé belabihui (mole de maíz con carne de puerco), entre otras tantas maravillas, y qué decir de las bebidas, pues siempre era agradable comenzar el día con un nisiaaba nda’ (atole de maíz), que en ocasiones mezclábamos con dxuladi o chocolate para hacer champurrado; a mediodía era infaltable una jícara de cuba (pozol de maíz) y en las temporadas de cosecha una buena jarra de nisiaaba zee (atole dulce con epazote) y muchos elotes hervidos en agua de sal eran el alimento.

 

Cuando de repente se anunciaba la muerte de un familiar o vecino, lo que para los adultos era motivo de duelo y lágrimas, para nosotros los niños, era  un placer por  una sola bebida: nisiaaba la’dxi’ (bebida granulosa de maíz con panela  y canela), un dulce atole que solamente teníamos oportunidad de probar en honor a los muertos, así que ante tal anuncio, a nuestros sentidos llegaba el olor de la canela mezclada con la panela y en nuestra imaginación podíamos mirar el color verde oscuro y los trozos de granos de maíz que componen la bebida, la saliva se nos hacía agua en la boca y pronto andábamos rondando como moscas los rituales mortuorios para ser los primeros en probar el nisiaaba la’dxi’.

 Una de esas tardes en que nos contaba historias, Inés,  con su fuerte voz,  nos reveló un secreto: el maíz es nuestro gran padre. Al contemplar el asombro y la incredulidad en nuestros ojos o  la risa morbosa por imaginarse al maíz como un señor que por las noches venía a dormir con nuestras madres, la gran abuela, la Amá vida, nos dijo entonces que aunque todos  éramos unos hijos  del maíz, ninguna de las porquerías que imaginábamos en ese momento tenía que ver con la anunciada paternidad.

 

El maíz es nuestro gran padre y la tierra es nuestra gran madre, porque de ellos nace la vida, nuestra vida, ellos nos dieron origen, ellos nos dan alimento para nuestro cuerpo y nuestra alma, ellos guardan nuestro xquenda, ellos permiten que viva y cuide de nosotros, la vida no sería posible sin la tierra y el maíz, - nos dijo la gran abuela-.  Entonces nos contó que cuando ella era niña, los binnihuala’dxi’, la gente del campo, antes de rasgar el vientre de la tierra realizaba una ceremonia para pedir permiso, para pedir perdón  por herir su cuerpo, la ceremonia no era sencilla, había un gesto de dolor por lastimar a quien otorga alimento, pero también se sabía necesario, por eso se llevaba al campo aguardiente, se rociaba sobre la tierra para convidarla, se derramaba en ella la sangre de algunas gallinas para darle sangre de vida, para fortalecer sus entrañas, luego el grano de maíz entraba en ella, así se hacían uno solo, así se casaban nuestro gran padre y nuestra gran madre, nos decía la sabia Inés. Al pasar los meses nacían sus hijos, sus frutos, lo que nos dan vida a los binnizá.

 

Una forma de agradecer al maíz y a la tierra por la vida otorgada, era la solidaridad con los que menos tienen, con los desamparados, aquellos huérfanos y viudas, que al no contar con tierras ni hombres fuertes para la siembra, en tiempos de cosecha solían rondar por los campos, sabedores de que en todos ellos encontrarían unas filas de mazorca  esperando por ellos, porque eran parte de una comunidad que los protegía, porque eso era parte del guendalizaa entre los binnizá, el apoyo mutuo, el cuidarse unos a otros, el procurarse alimento unos a otros; por eso cuando la cosecha llegaba a casa se preparaba atole y tamales para invitar a familiares, amigos y vecinos, para hacer una celebración común, para darle sentido a la comunalidad.

 

Los jóvenes tenían que esperar a que la milpa estuviera lista para raptar a la novia, porque entonces tendrían algo que ofrecer, tendrían con qué celebrar la fiesta, porque el maíz, como el gran padre que es, está presente en todos los momentos importantes de la vida de los binnizá, en el nacimiento, en los casamientos, en las fiestas tradicionales, y por supuesto que no puede faltar en la muerte.

 

Esto era lo que nos contaba la Amá bida Inés y una parte de lo que nos tocó vivir en la infancia, algunas costumbres en torno al maíz permanecen, otras han ido cambiando con el tiempo.  Ahora nos invaden los transgénicos, no tenemos certeza de la clase de maíz que consumimos, los binnihuala’dxi’ ya no tienen buenas condiciones para trabajar el campo, las lluvias escasean, los créditos productivos son regenteados por políticos para asegurar sus votos, los hijos ya no quieren aprender a cuidar a nuestro gran padre Maíz, nuestra madre Tierra está lastimada y nuestra  Nana, la Amá bida Inés, quien nos presumía de que cuidaba lo que comía, que consumía xuba’ cha’hui (maíz del bueno), lo que la mantuvo fuerte durante sus casi cien años, hoy ya no está con nosotros para seguir contando las historias sobre el mundo.

 

 

 

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